A decir verdad, no recuerdo hace cuánto tiempo empecé a escuchar música nacional independiente; sin embargo, tengo tatuada la primera imagen en la que reconocí que aquí había un movimiento distinto al de las propuestas que en mayoría gozaban de difusión mediática.
Era un festival auspiciado por una marca de cerveza que ya no existe, hace más de diez años. El cartel lo encabezaban dos bandas que hasta el día de hoy siguen merodeando en este ambiente: Mamá Soy Demente y Niñosaurios (de quienes robé el título para este editorial). Vi la publicación
sobre el concierto en un conocido diario del país y tenía una foto en la que se veía a Carlos El Ermitaño Bohórquez y Dennis Jolgorio Vocal Darquea, los líderes de Mamá Soy Demente. Lo primero que pensé fue en sus guitarras y su pelo largo; no sabía que aquí en Guayaquil, Ecuador, habían músicos que se veían como los beatles o Nirvana, encontré eso cautivador. Luego admiré el hecho de admitirle a su madre que estaban locos, al día de hoy es algo que a mí aún me cuesta.
Ese primer encuentro con la música que salía de lo convencional supo guiarme en un camino extenso que ha traído alegrías y decepciones, cosas buenas y malas, pero que jamás se ha detenido. Desde ese momento, aunque de forma muy inocente, sentí que debía apoyar a todos los que estaban en el mismo trayecto, pero ese fue el primer error: apoyar.
Considero que el apoyo es algo que minimiza la labor de los demás, al menos en el contexto de la música local. Apoya a los artistas nacionales es una frase que siempre hizo ruido en mi cabeza.
¿Por qué?
Bueno, porque siento que uno NO debe llegar al trabajo de los músicos locales para darles una mano o ayudarlos y luego desaparecer, no se trata de eso. Apoyar no es la única opción, es una insípida opción en la que no tienes el poder de decidir, sino solamente la obligación de amparar a un sector menos favorecido que tú. La música no es eso. Ni está desamparada, ni necesita valerse de la protección de los demás para lograr comunicarse. Lo que sí necesita es ser difundida, sin duda, pero no como un favor. Con tantas propuestas, géneros y estilos que van desde lo más under a lo más pop, habrá algo que te gustará, estoy seguro. Ahí empieza el primer aporte real: la
honestidad. Por ejemplo, compartir en redes sociales alguna canción que te gusta sólo porque te gusta, podría despertar la curiosidad de tus amigos por ese artista ¿verdad?
Ese flujo va a significar mucho más que un discurso caduco que durante todos estos años no ha hecho más que aburrir a los mismos protagonistas de la escena… aguanta… ESCENA.
Otro error que ocurre es llamar al movimiento de música nacional independiente como la escena. Voy a explicarme mejor. Una escena es sólo una parte de una película o una obra, no es la totalidad. Entonces, ¿no llegamos ni siquiera a serlo todo dentro de esta ya reducida estancia?
Un consejo:
Empieza por medir el peso de la palabra. No al apoyo, si a la difusión. No a la escena, sí al panorama completo o a la película, si te parece más chistoso.
Mi intención no es autoproclamarme redentor de la música ecuatoriana, pero se me ha brindado este espacio para darle al artista la debida relevancia y atención o al menos morir en el intento. De esto se trata La Caracola, una columna en la que podrás leer reseñas, críticas, opiniones y demás letras
que tal vez te mostrarán algo que no conocías y te enganche. Tal vez escucharás algo que odies o algo que te encante y podrás difundir para continuar ese flujo necesario para el ámbito musical independiente de Ecuador.
De la pluma -el documento de word, más bien-, a todo el universo.
¡La caracola ha hablado!
Por: Juan José Avilés Navarrete